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NUESTRA SECCIÓN OFICIAL «PANORAMA» EN CINEUROPA-THE BEST OF EUROPEAN CINEMA

Críticas en Cineuropa de hasta 8 películas incluidas en nuestra Sección Oficial Panorama: «Ara la llum cau vertical», «Light Falls», «Goodbye Julia», «Remember my name», «Patagonia», «Photophobia», «Unicorns» y «Sueños y pan».

Por Vladan Petkovic, Júlia Olmo, Marko Stojiljkovic, Fabien Lemercier, Muriel del Don, Jesús Silva y Vittoria Scarpa.

ARA LA LLUM CAU VERTICAL de Efthymia Zymvragaki

Efthymia Zymvragaki explora su propio y doloroso pasado en paralelo a la historia de un hombre que, en busca de redención, le pide que haga una película sobre cómo abusó de su mujer.

En su primer largometraje documental, la directora Efthymia Zymvragaki, nacida en Creta y afincada en Barcelona, utiliza la historia real de un maltratador para procesar finalmente su propio dolor a causa de los abusos sufridos a manos de su padre. La película se presenta como un visionado accidentado, difícil y doloroso, a pesar de la atmósfera de ensueño que impregna la isla. La película se ha proyectado en el Biografilm de Bolonia tras su estreno mundial en el IDFA y una serie de proyecciones en otros festivales.

La suave voz en off de Zymvragaki nos guía a través de esta compleja historia de padres y maridos que carecen de la capacidad emocional necesaria para tratar a sus familias con amor y cuidado, pero que también son dolorosamente conscientes de su ineptitud. La directora abre la película con imágenes de Tenerife y sus recuerdos de cuando dejó Creta, lo que, según ella, no fue una partida, sino una huida.

Se encuentra en Tenerife porque un hombre de mediana edad llamado Ernesto se puso en contacto con ella para pedirle que hiciera una película sobre su historia. Hace casi 40 años, el hombre abandonó a su mujer y a su hijo porque tenía miedo de hacerles daño y convertir a su hijo en una versión de sí mismo, que es lo que ocurrió con el propio Ernesto y con su padre. Pretende encontrar la redención a través del arte del cine y quiere que la película sea de ficción. La única condición es que su novia, Juliana, esté siempre presente durante el rodaje. La cineasta y él acuerdan que, cada vez que Ernesto tenga una crisis violenta, ella se marchará y no volverá hasta que él la llame de nuevo.

Bautizado como Juan Ernesto, el hombre ha compartimentado su pulsión por el abuso y la humillación: Juan es el hombre malo y violento, mientras que Ernesto es amable y cariñoso. Zymvragaki crea un par de escenas ficticias que retratan esta lucha interior, pero prefiere hacer un documental sobre él. De esta forma, una parte de Ara la llum cau vertical es un drama psicológico en el que el protagonista recrea las escenas de su infancia, interpretándose a sí mismo de niño, a su padre y a su madre. En la otra parte, “dirige” una película de ficción: Zymvragaki contrata a tres actores para interpretar su papel, y las indicaciones que les da Ernesto se convierten en el elemento más visceralmente doloroso de todo el proyecto. Este describe cómo maltrataba a su mujer debido a unos celos totalmente infundados, golpeándola, amenazándola con un cuchillo (al igual que hacía su padre con su mujer) y violándola si, en un ataque de celos, no conseguía encontrar a otra mujer con la que tener relaciones sexuales.

El elemento que conecta toda la película es la propia historia de Zymvragaki, que yuxtapone directamente a la narración de Ernesto. El punto clave es que ninguno de estos hombres supo cómo amar a sus familias, aunque lo deseaban dolorosamente. El padre de Zymvragaki se presenta como una persona emocionalmente atrofiada, terriblemente desgarbada y torpe, como un elefante en una cacharrería. Por otra parte, vemos lo tierno que es Ernesto con Juliana, lleno de amor hacia ella, pero culpándose a sí mismo por ser quien es. Hay un intenso sentimiento de necesidad, un impulso casi maníaco en su búsqueda de redención.

Lejos de juzgar a estos hombres, Zymvragaki muestra una triste comprensión y empatía hacia ellos, solos en su carencia emocional. Esto se refleja en la forma en que explora las dos islas con su cámara: hay una sensación de desolación en las imágenes filmadas con cámara en mano del mar, las rocas y la vegetación, que retrata habitualmente a través de las ventanas abiertas de viejos edificios. Nunca hay nadie en estas escenas, como si las islas estuvieran desiertas. El sonido de las olas, el viento y las cigarras nunca han sonado tan solitarios. Los instrumentos de cuerda afilados y metálicos y el tintineo de las guitarras acústicas de la banda sonora fortalecen todavía más el aislamiento como emoción central de la película, un sentimiento espinoso e inmanejable.

UNICORNS de Álex Lora

Álex Lora logra una ópera prima interesante y con cierta verdad sobre el vacío y la precariedad de las relaciones. En la cama, después de follar, una atractiva joven le hace fotos en el móvil a una de sus amantes para subirlas a sus redes sociales. Poco después, la vemos llegar a casa de su pareja, donde recibe un regalo de su padre (al que apenas ve físicamente), un móvil nuevo a modo de indirecta.

Así el primer largometraje del cineasta catalán Àlex Lora, coescrito junto a Pilar PalomeroMaría Mínguez y Marta Vivet, protagonizado por Greta Fernández, es presentado en la Sección Oficial de la última edición del Festival de Málaga y en el D’A Film Fest de Barcelona.

La atractiva joven es Isa (una estupenda Greta Fernández), una aspirante a fotógrafa que, mientras trata de terminar su tesis, trabaja como creadora de contenido en una agencia de publicidad. Aparentemente muy segura de sí misma y de sus ideas, feminista y poliamorosa, sus dudas y contradicciones empiezan a aflorar cuando su novio le propone ser una pareja monógama y ella no está segura de querer cambiar su vida. Rota esa relación que creía tan especial, Isa parece entrar en un bucle lleno de fiestas infinitas, mucha pose y muchas drogas, relaciones fugaces y decisiones que nunca llegan a tomarse. Esa es la historia que cuenta la película y su comienzo ya dice mucho de lo que luego vendrá. Apariencias, inseguridades camufladas en convicciones, vacíos, deseos no cumplidos, frustraciones, el miedo a comprometerse, la precariedad de los vínculos humanos y actuales (o más bien, de parte de ellos), las relaciones familiares torcidas, el peso de lo heredado, la presencia de las redes sociales en el mundo de hoy, la pérdida de la intimidad, las formas de intentar escapar de la vida que tenemos y no queremos. Todo esto trata de contarse de manera más o menos lograda en la película.

En el fondo, Unicornios es una película sobre las relaciones, familiares, amorosas, de amistad, de deseo o existenciales, sobre la necesidad de amar y ser amado, de desear y sentirse deseado, o sobre la dificultad de todo ello, sobre el placer y el dolor que hay en esos vínculos. La forma como se abordan esas relaciones resulta interesante, desde sus naturalezas contradictorias y zonas de sombra, mostrando lo que aparentan y lo que ocultan, lejos de juicios morales y pretensiones ejemplificantes. Hay complejidad en ellas, se consigue transmitir su lado emocionante y también su superficialidad, un estado de ánimo entre la emoción y la resignación, cierta atracción y a su vez un poso de tristeza. La interpretación de Greta Fernández también resulta creíble (sobre todo, en la relación materno-filial con Nora Navas), su mirada, sus gestos y expresiones a menudo dicen mucho más que sus palabras y acciones. Y hay momentos que logran tener cierta fuerza y tensión. Algunas escenas de sexo que resultan reales, los sentimientos contradictorios de la protagonista, su deseo de vida y también su vacío.

La gran debilidad de la película es precisamente uno de sus temas centrales: la superficialidad. La estética y la puesta en escena tienen cierto encanto, pero hay momentos en que lo que en realidad esconden es la nada. Secuencias que acaban perdiendo todo interés y que se convierten en videoclips muy modernos y con poco que decir. Hay situaciones que por intentar ser rompedoras o sorprendentes (o no sé muy bien qué pretenden) acaban resultando inverosímiles, demasiado impostadas y ridículas (las interpretaciones de algunos personajes tampoco facilitan las cosas). Es interesante cómo parte del mundo emocional de la protagonista se cuenta de forma velada, pero en otros casos simplemente se queda en pretensiones. Unicorns es una película irregular, que no alcanza todo lo que pretende, pero con aciertos interesantes. Lo mejor es el riesgo con el que se aborda la intimidad de la protagonista, con naturalidad, sin intención de juzgar ni llegar a ningún mensaje. Con ello, logra ser una película sugestiva y con cierta verdad.

LIGHT FALLS de Phedon Papamichael

El último trabajo como director del director de fotografía Phedon Papamichael intenta enmascarar su fea esencia con mucho estilo y mucha técnica.

Como director de fotografía, Phedon Papamichael es uno de los profesionales más influyentes de Hollywood. Durante sus 35 años de carrera, ha sido nominado dos veces a los Óscar (por su trabajo en Nebraska de Alexander Payne y por El juicio de los 7 de Chicago de Aaron Sorkin) y ha dirigido la fotografía de otros 50 largometrajes más, entre ellos El tren de las 3:10El hotel del millón de dólaresLe Mans ’66 y el taquillazo de este año Indiana Jones y el dial del destino. Papamichael ya ha probado suerte como director de cine, en los Estados Unidos y en su Grecia natal, sin embargo, sus anteriores cuatro creaciones podrían no haber sido vistas como éxitos ni por los críticos, ni por la audiencia. Su quinto intento como director, acaba de estrenarse en la sección Critics’ Picks del Festival Black Nights.

En lo que al género se refiere, Light Falls, podría describirse como un thriller desagradable que comienza con un registro distinto, como un drama que releja la sociedad. Tenemos dos grupos de personajes que vienen de mundos totalmente opuestos. Clara ((la prometedora actriz georgiano-estadounidense Elensio) y Ella (Nini Nebieridze en su primer papel en la pantalla para adultos) son una pareja de turistas georgiano-estadounidenses que llegan a una isla griega sin nombre para pasar unas vacaciones, relajarse y disfrutar. Por otro lado, los hermanos Eddy (Juxhin Plovishti) y Altin (Jurgen Marku), junto con su primo Veton (Silvio Goskova), son unos desafortunados trabajadores inmigrantes albaneses que residen ilegalmente en la isla. Ellos son a quienes el portero niega la entrada a la discoteca, sin poder hacer nada al respecto. Además, Veton suele ser acosado por un agente de policía (Makis Papadimitriou, firme, como era de esperar).

Los dos grupos se encuentran en un hotel aparentemente abandonado situado en la montaña que domina la ciudad. Fue idea de Clara ir a visitar el lugar, y de Ella el hacer fotos de su novia modelo allí, pero la aventura termina repentinamente cuando Ella, accidentalmente, se precipita por el hueco del ascensor. Como el edificio está ocupado por varios grupos de trabajadores albaneses a media jornada, Clara se encuentra con el trío mientras intenta salvar a Ella. La barrera del idioma da lugar a una falta de comunicación, seguida de un espantoso acto violento de violación y un posterior castigo.

Violación y venganza, este subgénero del thriller que se inclina más bien hacia el terror, es en realidad muy delicado, lo que dificulta su ejecución de una forma ética. Sin embargo, el guion original de Sven Dagones es simple, relegando a los personajes a estereotipos habitualmente ofensivos: las chicas se muestran como turistas arrogantes y autocomplacientes, mientras que el trío de trabajadores es retratado como salvaje, impulsivo y malhumorado, incapaces de controlar sus impulsos, lidiar con la frustración o actuar según las normas universales de la ética. Aunque Papamichael probablemente tenía otras cosas en mente (como la alteridad), el guion no permite que sus personajes (exceptuando al policía) actúen como seres humanos inteligentes.

La violencia excesiva no parece justificada y los espectadores más cínicos podrían interpretar elementos de la trama y la caracterización como actos de racismo. Desde el punto de vista técnico, Light Falls es una pieza de cine de género realizada con destreza. El trabajo de cámara del director junto con Akis Konstantakopoulos es atractivo y evocador, los contrastes de iluminación son sublimes y el paisaje sonoro de la película es memorable, gracias, tanto a la banda sonora de Nick Athens, como al diseño de sonido. Es una pena que el insensible guion y la incapacidad o negativa del director a darle la vuelta sellen el destino de la película.

GOODBYE JULIA de Mohamed Korfani

El sudanés Mohamed Korfani se da a conocer con un primer largometraje muy logrado, que filtra los conflictos de su país a través de una historia íntima en clave femenina

«No siempre es necesario decir la verdad», sobre todo cuando hay graves conflictos entre individuos a escala nacional. Sin embargo, a menudo es mediante el diálogo, por aterrador y doloroso que pueda ser, y la manifestación de la verdad, cómo las personas logran liberarse de sus cargas. La excelente ópera prima de Mohamed Korfani, descubierta en la sección Un Certain Regard de la 76ª edición del Festival de Cannes se sitúa en este contexto, el del convulso Sudán de los azarosos años entre 2005 y 2010, ante la perspectiva de la división del país. Se trata de una película en la que el director consigue un equilibrio perfecto entre un inteligente telón de fondo político y cultural y una trama que resulta emocionante e íntima al mismo tiempo, en la que nos adentramos en el día a día de una pareja musulmana de Jartum que contrata y acoge en su hogar a una «sureña» y a su hijo pequeño, que no han acabado allí por casualidad, sino como resultado de circunstancias desafortunadas y secretos que hacen sentir culpable.

«Estás yendo demasiado lejos con ellos – ¿No se supone que todos somos iguales?». Akram (Nazar Goma) y Mona (Eiman Yousif) viven en una casa hermosa, pero fuera, en pleno 2005, el ambiente es increíblemente tenso y peligroso tras la reciente muerte accidental del líder del sur, John Garang, que provoca disturbios en las calles de la capital sudanesa. Se escuchan tiroteos, las ventanas se rompen y Akram toma las armas. Es esta fiebre la que hace que la sureña Julia (Siran Riyak), su marido y su hijo Daniel se vean obligados a abandonar su casa y acabar en un campamento improvisado donde el destino está a punto de llamar a su puerta. Mona atropella con su coche al pequeño Daniel y, presa del pánico, decide huir del lugar, perseguida por el marido de Julia en moto. Akram se entera de lo que está ocurriendo y, sin conocer las circunstancias exactas del suceso, con la frase «un sureño me persigue» en la cabeza, dispara y mata…

La policía ha encubierto el asesinato, y Mona se siente consumida por la culpa al tiempo que Julia busca desesperadamente a su marido, en vano. Para redimirse, Mona localiza a Julia y la contrata como asistenta doméstica, de manera que le proporciona a ella y a Daniel un techo bajo el que vivir, y todo ello sin decir una palabra sobre la verdadera razón de esta bondadosa acción, ni a ellos ni a su marido Akram. Pero, ¿podrán mantenerse estos secretos a medida que estas dos mujeres estrechan sus lazos y acaban haciéndose amigas, y todo ello a las puertas de la votación para dividir el país? ¿Y no ocultan estos secretos, a su vez, otros secretos, los secretos de las mujeres?

A través de las relaciones que se desarrollan en el seno de esta «familia» —reunida bajo el mismo techo a causa de las circunstancias— y del excelente guion cuyas capas, similares a las de una cebolla, se van extrayendo lentamente a medida que la trama avanza como una partida de ajedrez, Mohamed Korfani ofrece maravillosas instantáneas, panorámicas y explicaciones de todos los matices de la crítica situación sudanesa de la época. Con esa falta total de comprensión mutua y ese exceso de racismo institucional, ¿será posible reanudar el diálogo en algún momento? ¿Y podremos liberarnos de una vez por todas de los fantasmas del pasado, incluso en los niveles más íntimos, donde las mujeres especialmente tienen mucho en común? Goodbye Julia trata de dar respuesta a todas estas preguntas existenciales a través de su dúo femenino espléndidamente interpretado, que se ve magnificado por el objetivo del talentoso director de fotografía Pierre du Villiers. Se trata de una película de gran calidad que marca el nacimiento de un cineasta increíblemente prometedor y confirma la aparición del séptimo arte en Sudán.

PATAGONIA de Simone Bozzelli

 El director italiano Simone Bozzelli presenta un mundo utópico habitado por personajes sensibles que utilizan la ternura como medio para rebelarse contra el mundo

Crítica: Patagonia

Simone Bozzelli, uno de los jóvenes talentos más prometedores y electrizantes del cine italiano reciente, se dio a conocer entre el público y la crítica con una serie de poderosos y conmovedores cortometrajes, incluyendo Amateur y J’ador, presentados en la Semana de la Crítica de Venecia, así como Giochi, seleccionado en la competición Pardi di Domani del Festival de Locarno, pero también gracias al seductor videoclip de Wanna Be Your Slave, de la banda Måneskin. El joven director regresa este año a Locarno concretamente a la Competición Internacional, para presentar su explosiva ópera prima,una odisea cruel pero tierna que se cuela bajo nuestra piel. Se trata de un homenaje necesario, valiente y estéticamente majestuoso a una zona olvidada de Italia, poblada por personajes sorprendentemente entrañables.

Patagonia cuenta la historia de Yuri (una desgarradora interpretación de Andrea Furto), un veinteañero que vive sobreprotegido por una familia matriarcal en un pequeño pueblo de la provincia de los Abruzos. Tras un encuentro con el cautivador payaso Agostino (el brillante Augusto Maria Russi, en su debut en la gran pantalla), Yuri decide emanciparse y tomar las riendas de su destino. Esta decisión se convierte en sinónimo tanto de independencia como de descubrimiento, en lo que se refiere a su identidad y sexualidad, pero también al papel que quiere desempeñar cuando actúa a dúo con Augusto, así como en el cruel escenario de la vida. La suya es una existencia nómada compuesta de trapicheos, encuentros fortuitos y un deseo de libertad que los lleva a explorar el sur de Italia en una autocaravana. Pronto hacen una parada en un aparcamiento de caravanas que, por la noche, se transforma en una rave ilegal, poblada por criaturas híbridas que se mueven entre paraísos alucinógenos y la lucha por su propia supervivencia. En el corazón de este segmento de la humanidad que ha elegido vivir según sus propias reglas están Yuri y Agostino, una improbable pareja que se embarca en una relación ambigua y asfixiante que gira en torno a juegos de poder que poco a poco crecen en intensidad, cinismo y crueldad.

A pesar de la violencia que envuelve a nuestros dos protagonistas como un manto de humo tan espeso que oscurece cualquier vía de escape, la relación que comparten no carece de momentos de afecto tan sinceros e intensos que, al presenciarlos, logramos olvidarnos de todo lo demás. Patagonia no es solo la historia de una relación romántica y tóxica basada en la dialéctica amo-esclavo, es también el retrato necesario de una diversidad que se niega a disculparse y se expresa con toda su fuerza destructiva.

¿Quiénes somos nosotros para juzgar? ¿Qué significa amar, dejarse llevar por un torbellino de emociones que arden en el pecho como brasas encendidas? Rodeados de sus compañeros de aventura, los dos protagonistas de Patagonia reclaman su derecho a una diversidad que no aspira a la integración social y que no se disculpa por no “comportarse correctamente”. Lo que quieren es vivir plenamente sus emociones, ya sean positivas o negativas, sin límites y con la falta de escrúpulos propia de lo que ya no tienen nada que perder.

Demostrando un respeto y una sensibilidad poco habituales, Bozzelli observa de cerca los cuerpos de estos jóvenes olvidados mientras reclaman su derecho a existir y a expresar con fuerza su irreprimible diversidad, sin preocuparse por los juicios de aquellos que viven sus vidas dentro de la prisión de la supuesta respetabilidad. La Italia de Bozzelli está muy lejos del país al que aspira el gobierno de Meloni, una Italia que se alimenta de sueños rotos, paraísos artificiales y relaciones románticas que giran en torno a la autodestrucción. Sin embargo, entre las ruinas de este mundo que se desmorona, hay una luz que brilla más fuerte que nunca.

REMEMBER MY NAME de Elena Molina

Elena Molina se acerca con humanidad a las historias de vida de un grupo de menores migrantes en su documental.

Crítica: Remember My Name

Un grupo de niños y adolescentes (o ambas cosas a la vez) están a punto de salir al escenario para dar comienzo a una actuación musical en la que ellos serán los protagonistas. Esos mismos niños y adolescentes cruzan la valla de Melilla desde Marruecos. Estos momentos, el último largometraje documental de Elena Molina, estrenado en la pasada edición del Festival de Málaga –donde se alzó con la Biznaga de Plata Premio del Público– y que, tras pasar por el Centre Pompidou de París (dentro de sus sesiones especiales), ahora se proyecta en L´Alternativa de Barcelona.

El documental relata la realidad cotidiana durante cinco años de un grupo de menores migrantes en Melilla. Ihsen ingresa en un centro de acogida de monjas para chicas menores no acompañadas, donde también viven Asia, Mounia y Nuhaila. Hamza en breve cumplirá 18 años y tendrá que abandonar el centro de acogida para chicos donde vive. Todos ellos llegaron solos a la ciudad, pero allí también han encontrado otra suerte de familia: la compañía de danza NANA, con la que han sido seleccionados para participar en el programa de televisión Got Talent. A partir de ahí, la película cuenta las historias de adolescencia de este grupo de menores y el enfrentamiento a la adultez al cumplir los 18, el choque entre los mundos en los que viven, la dureza y la incertidumbre del futuro al que se tendrán que enfrentar, las relaciones entre ellos y la importancia de esos lazos en su educación sentimental.

Todo ello se narra con naturalidad, sencillez y sensibilidad, de forma realista, desde el punto de vista de una cámara amiga que se une al grupo de adolescentes protagonistas para reflejar sus realidades desde su lado, acercándose a ellos, acompañándolos en su cotidianidad y escuchándolos en sus conversaciones, desde en los ensayos de baile a cuando practican deporte, van a la playa o a la peluquería. Huyendo del sentimentalismo fácil al que podría darse con este tipo de historias, con humanidad, lejos de estereotipos y juicios fáciles (en ningún momento se culpabiliza ni estigmatiza a las familias de los menores), el documental ahonda así en la intimidad de sus protagonistas, en su mundo emocional, en sus preocupaciones, sus inquietudes, sus anhelos, sus sueños, en lo que son ahora, cómo han llegado hasta ahí, y en lo que desearían ser mañana, cómo se ven en un futuro. También es interesante cómo se utiliza el mundo de la danza para jugar con esa metáfora que da comienzo a la película, con el paralelismo entre entrar en el escenario y en la vida adulta al llegar a la mayoría de edad, y, de ese modo, hablar de los abismos a los que se enfrentan de diferentes formas: cuando llegan solos a un lugar desconocido tras cruzar la valla, el día que tienen que abandonar el centro y buscarse la vida fuera y los nervios antes de empezar un espectáculo lleno de gente y cámaras.

Remember My Name no es una película de unos menores no acompañados (los llamados “menas”), sino de las personas que hay detrás de esa colectividad. A través de las posibilidades que ofrece el documental, desde una mirada íntima, acercándose con humanidad a los personajes, a sus historias de vida, Elena Molina consigue darles presencia (que no voz, que ya la tienen), mostrar quiénes son, que cada uno de ellos tiene un nombre, que son alguien más allá del lugar común en el que se los clasifica.

PHOTOPHOBIA de  Ivan Ostrochovský y Pavol Pekarčík.

Ivan Ostrochovský y Pavol Pekarčík echan un vistazo a la guerra en Ucrania desde los huecos subterráneos del metro, a través de los ojos de dos niños y buscando emociones positivas

Crítica: Photophobia

“¿Se acordarán los niños de todo esto? – Una actitud positiva puede ayudar a olvidarlo todo”. Hace dos meses que Nikita, de 12 años, no ve la luz del día. Una mañana de febrero, él y su familia (su padre, su madre y su hermana pequeña) descendieron a los túneles del metro de Járkov, la segunda ciudad más poblada de Ucrania después de la capital, Kiev, para refugiarse de las bombas rusas, y no han vuelto a salir a la superficie. Estamos en la primavera de 2022 y hay otras 1.500 personas escondidas bajo tierra con él: mujeres, hombres, jóvenes, ancianos, incluso gatos y perros, todos hacinados como pueden en las distintas zonas de la estación. En medio de toda esta gente hay una niña con unas graciosas orejas de conejo: se llama Vika y resultará ser una fuente de sentimientos positivos para Nikita, la nueva película del dúo de cineastas eslovacos Ivan Ostrochovský y Pavol Pekarčík.

Presentada como un evento especial en la programación de las 20as Giornati degli Autori celebradas en el marco del 80.º Festival de Vencia, y galardonada con el Europa Cinemas Label a la mejor película europea de la sección, este híbrido de ficción y documental aborda la guerra en Ucrania desde abajo, a través de los ojos de dos niños en busca de un rayo de luz. Al principio de la película, vemos a nuestro joven protagonista (Nikita Tyshchenko) hablando con una doctora sobre su trauma. Su piel está deshidratada y muestra signos de letargo. Lo que necesita es un poco de aire fresco y luz solar. Lamentablemente, salir al exterior no es una opción; es demasiado arriesgado, como asegura categóricamente su madre, que está en contacto con gente del exterior a través de su móvil. Cuando Nikita conoce a Vika (Viktoriia Mats), los vagones y las vías del metro en desuso se convierten en su parque de juegos, y un anciano que toca la guitarra (Vitaly Pavlovitch) les da consejos sobre el amor.

Los cineastas utilizan una serie de diapositivas que los niños observan a través de un visor, y que se convierten en imágenes en Super-8 para el público, para mostrarnos lo que ocurre en la superficie. Vemos planos de individuos en su vida cotidiana, frente a ruinas y columnas de humo, tranquilos y resilientes. Es un enfoque que se mantiene a lo largo de toda la película, que no ofrece una verdadera trama a lo largo de sus 71 minutos de duración. En su lugar, y sin dejarse llevar por el patetismo, capta la condición humana de un pueblo que se vio obligado a dejarlo todo atrás, de un día para otro. Ostrochovský y Pekarčík optan por el camino de la esperanza en lugar del desaliento para retratar la tragedia de la guerra: un buen hombre canta canciones sobre el amor, mientras dos niños miran hacia el cielo y sueñan con su futuro.

SUEÑOS Y PAN de  Luis (Soto) Muñoz

Luis (Soto) Muñoz homenajea al cine quinqui con una emocionante ópera prima sobre la amistad en los márgenes y la precariedad de una generación

Crítica: Sueños y pan

“Esta película, filmada entre los meses de enero de 2020 y julio de 2021, ha sido realizada gracias a la ayuda de un grupo de amigos. En sus ratos libres, entre otros trabajos y ocupaciones”, dice la voz de un niño al comienzo del primer largometraje de Luis (Soto) Muñoz, proyectado en la sección Panorama Andaluz del Festival de Sevilla, tras su estreno en el Atlàntida Mallorca Film Festival, donde se alzó con el premio a la Mejor Película de la Sección Oficial Nacional. Poco después, se lee la siguiente cita de Cesare Pavese: “Vivir en un ambiente es bonito cuando el alma está en otra parte. En la ciudad, cuando se sueña en el campo; en el campo, cuando se sueña en la ciudad. En todas partes, cuando se sueña con el mar”.

A manera de homenaje al cine quinqui, la película cuenta la historia de Javi y Dani (Javier de Luis y George Steane), dos jóvenes de la periferia de Madrid que tratan de vender un cuadro que acaban de robar. Al sospechar de su cuantioso valor, ambos recorren la ciudad forzando intentos de venta desde el extrarradio hasta las galerías de más alto standing. Pero las cosas se complican cuando, al tiempo que su plan se va desmoronando a cada paso que dan, Sara (Cristina Masoni), su amiga y compañera de piso, adicta a la heroína, entra en un centro de desintoxicación y pierde la custodia de su hijo Carlitos, quien, pese a todo, aún conserva la inocencia. A partir de esta trama, la película habla de la deriva y las miserias de los jóvenes sin rumbo, sobre la pobreza, la incertidumbre y la desesperanza de una generación, sobre gente de clase baja y trabajadora atrapada en grandes urbes como Madrid, donde si no eres rico, rentista o tienes un sueldazo estás condenando a vivir (o más bien, a sobrevivir) en la precariedad.

Pero a pesar de su cara amarga, la película no se hunde en su tristeza, desde ahí, desde ese sentimiento de pérdida y desasosiego, también se habla de la amistad, de la amistad como núcleo de apoyo y cuidado mutuo, como posibilidad de familia, sobre el amor que puede haber en ella, sobre su significado e importancia. Ahí está una de sus grandes bazas: la de ser una película tristísima y preciosa al mismo tiempo, cuya amargura se cuenta con delicadeza, belleza y humor. También en su forma imaginativa y libre de narrar (ahí se nota la humildad, la falta de pretenciosidad y la libertad creativa desde la que han trabajado sus creadores), y en la mirada humana, sin condescendencia, desde la que se cuenta a sus protagonistas, mostrándolos tal y como son, personas de clase baja, marcadas por la pobreza, pero sin hacer virtud de esa pobreza, mostrando tanto sus bondades como sus flaquezas. Con ello, una de las mejores cosas de la película está en esos momentos llenos de ternura –especialmente, las secuencias en las que se reúne toda la familia protagonista– o divertidísimos –como la escena del museo– que consiguen emocionar.

Sueños y pan es una conmovedora reivindicación del cine quinqui, una película amarga y a la vez hermosa sobre la amistad en los márgenes y la precariedad de una generación, pero sobre todo, una película con alma, entretenida y divertidísima, que logra hacer cine social sin caer en la condescendencia y el sentimentalismo fácil.