Paco R. Baños conduce esta road movie por el sur de España y de Portugal, llevando a bordo a una entregada Natalia de Molina.
No abundan, por desgracia, las coproducciones entre España y Portugal, países vecinos en los que transcurre la acción de la alegre, colorista y luminosa 522. Un gato, un chino y mi padre, road movie que empieza en las bulliciosas calles de Sevilla y termina en los acantilados majestuosos del Algarve, protagoniza la solicitadísima actriz Natalia de Molina (vista en la última Berlinale viviendo la historia de amor lésbico Elisa y Marcela, a las órdenes de Isabel Coixet) y dirige Paco R. Baños.
El film compitió por la Biznaga de Oro, la semana pasada, dentro de la sección oficial del 22º Festival de Málaga.
En este mismo certamen, Baños presentó hace seis años su ópera prima, Ali, también protagonizada por una joven y talentosa actriz, en aquel caso Nadia de Santiago. Después, el cineasta hispalense se volcó en la televisión, dirigiendo dos capítulos de la primera temporada de la ambiciosa serie de época La peste, capitaneada por Alberto Rodríguez (La isla mínima). Ahora ha regresado al cine con una comedia dramática que poco tiene que ver con su trabajo audiovisual reciente para Movistar+ y mucho más con el análisis de la psicología femenina que llevó a cabo en su debut.
George es el apelativo del personaje de Natalia de Molina, una enferma de agorafobia cuyo único contacto con el exterior no excede jamás la distancia de su apartamento de esos 522 pasos que encabezan el título de ese film. Algún escarceo sexual con un vecino (interpretado por Manolo Solo) y la interacción con su minino completan su escueta actuación en sociedad. Pero cuando, en un accidente de tráfico, la mascota pasa a mejor vida, ella decidirá llevar sus cenizas a un lugar especial: ahí necesitará la complicidad de un chino del vecindario (Alberto Jo Lee) mientras ambos siguen las indicaciones de una guía de viajes escrita por su padre, a quien la chica no ve hace demasiado tiempo.
De este modo, la película –arriesgada en sus pretensiones, irregular en sus resultados, con un montaje vertiginoso y un tono que combina lo irónico con lo absurdo, buscando siempre la sonrisa y la emoción– empieza en un universo cerrado y caótico, como es la habitación de George, una jaula desordenada y abarrotada de donde la chica tendrá que escapar luchando contra ella misma: la zona de confort es así representada como un estado físico a la vez que mental, una fortaleza inexpugnable que el ser humano construye para no enfrentarse a los problemas más enquistados.
Tras ese inicio urbano, la película se sube a una furgoneta –en cuyo interior George intenta reproducir su microcosmos privado– y, como en todo film de carretera, encadenará diferentes situaciones protagonizadas por nuevos y episódicos personajes, mientras el sol, el viento y, sobre todo, el mar de Portugal irán desintoxicando a la película y a su protagonista de sus obsesiones, su estrés y su cerrazón: la libertad conquistada al final inundará la pantalla en un plano aéreo de gran belleza, filmado en lo que durante mucho tiempo se consideró el fin del mundo.
522. Un gato, un chino y mi padre, con guion de su director, es una coproducción entre la compañía española Tarkemoto y la portuguesa Ukbar Filmes que distribuye en España Super8. Ha contado con el apoyo de la Junta de Andalucía, ICAA e ICA y con la participación de Canal Sur Televisión. De sus ventas se encarga la alemana Media Luna New Films.