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«LA MALA FAMILIA» PELÍCULA DE CLAUSURA IBZCF23

Vladan Petkovic-Cineuropa

Los madrileños Nacho A. Villar y Luis Rojo firman una poderosa muestra de cine naturalista que nos sumerge en el mundo de unos protagonistas supeditados a las desigualdades sistémicas.

El primer largometraje de los directores madrileños Nacho A. Villar y Luis Rojo, del colectivo BRBR (conocidos por sus trabajos en el mundo de los videoclips y la publicidad), tuvo su estreno internacional en la sección Bright Future del IFFRotterdam es una obra poderosa que aborda las desigualdades sistémicas de la sociedad de una forma naturalista. Promocionada como un documental, en realidad presenta a actores no profesionales interpretando versiones de ellos mismos, pero su efecto es tan crudo que estas distinciones formales resultan irrelevantes.

La película comienza con lo que parece el clímax de una noche de juerga en las calles de Madrid. Sin embargo, en el siguiente segmento, descubrimos que en realidad se trataba de los momentos posteriores a un crimen. Pasando de una imagen en 16:9, iluminada por las luces de la calle, a una imagen estática y nítida en 4:3, los directores nos llevan a la sala de un tribunal, donde seis jóvenes son condenados por agresión con arma letal. La sentencia se suspende mientras paguen los daños e indemnizaciones, pero uno de ellos, Andrés (lo más parecido a un protagonista que tiene la película), acaba en la cárcel.

A continuación, el documental nos transporta unos años hacia el futuro, donde descubrimos a qué se dedican actualmente los jóvenes a través de los mensajes de vídeo de los teléfonos móviles. La mayoría de ellos tienen trabajos duros y poco cualificados para poder pagar la sentencia, y cuando Andrés consigue finalmente un permiso de fin de semana, organizan una reunión junto a un embalse en las afueras de la ciudad en un caluroso día de verano.

A partir de aquí, el estilo visual se ramifica a medida que conocemos a la familia: un grupo más numeroso de jóvenes. Filmados mediante una cámara estática, con una calidad de imagen difusa, los miembros de esta familia se sientan a hablar de sus vidas y de las injusticias que han sufrido, principalmente a manos de la policía y del sistema judicial. Mientras preparan una barbacoa, beben, fuman y charlan en el agua, una cámara en mano más naturalista capta la camaradería y el amor que hay entre ellos.

En el segmento casi onírico de la siesta, la cámara recorre lentamente sus cuerpos, acercándose a sus pieles, de todos los colores posibles, sus cicatrices, tatuajes y piercings. Los grillos del diseño de sonido son más fuertes que el único tema musical de la película, que suena como un bucle ultraprocesado de una vieja grabación de orquesta. Antes de que Andrés lea en voz alta una carta para sus amigos que nunca llegó a enviar, las lágrimas brotan de sus ojos en la secuencia más conmovedora de la película, que nos lleva a reflexionar sobre las desigualdades de clase y raciales que les han llevado a la situación en la que están.

La mayoría son inmigrantes procedentes de América Latina, pero aunque algunos de ellos no sean negros ni mulatos, siguen siendo un objetivo habitual de la policía. La vida en el “barrio”, los delitos menores, el tráfico de drogas y la adicción les han marcado de forma tan clara como un sello en la piel, y resulta fácil comprender el círculo vicioso en el que probablemente permanecerán atrapados la mayoría de ellos durante el resto de sus vidas.

La decisión de los directores de centrarse solo en los protagonistas y sumergirnos en su mundo significa que perdemos muchos detalles a través de las elipsis, pero lo que recibimos a cambio merece la pena. Hacia el final del día, salen a la superficie algunos resentimientos, y el joven más amargado se pone tan nervioso como para romper la cuarta pared, lo que en realidad refuerza la autenticidad de la película. Su fuerza emocional es innegable, y trasciende los obstáculos que imponen los límites formales establecidos por los directores.

TALLER-RESIDENCIA «SLOW CINEMA» con JIAJIE YU YAN. Del 3 al 10 de MARZO 2025

Un taller para detenerse a observar, para sentir, para experimentar el paso del tiempo, para reflexionar sobre aquello que se filma y por el simple hecho de querer hacer cine. Un cine desde lo contemplativo  – slow cinema – en contraste a un mundo caótico, frenético y globalizado. Un cine para volver a conectar con uno mismo, un cine para crear consciencia.